
Semillas de Paz y Bien
Cuaresma: Senda de Sincera Conversión Cristiana
VIERNES DE LA OCTAVA DE PASCUA
25 DE ABRIL DE 2025
PALABRA DE DIOS:
- Hechos de los Apóstoles 4, 1-1
- Salmo Responsorial: 117
- Juan 21, 1-14
Hermanos: ¡Paz y Bien!
A poco que lo pensemos, nos daremos cuenta de que todos ansiamos lograr la verdadera felicidad; más aún, la deseamos para todos aquellos a los que tenemos verdadero cariño, sin olvidar que, como buenos cristianos, deberíamos desearla para todos los hombres y mujeres del mundo, pues son nuestros hermanos en Cristo.
Podemos decir que el deseo de ser verdaderamente feliz es el "motor" que impulsa toda nuestra vida. Por ello nos resulta fácil celebrar la alegría desbordante de la Pascua, celebrar el gozo de la Resurrección de Cristo, de su Victoria escatológica, definitiva, sobre todo lo malo, incluso sobre la propia muerte. Pero olvidamos con mucha facilidad que el Señor Jesús llega a la gloria de la Pascua después de haber sufrido la Pasión y morir en la Cruz, derramando hasta la última gota de Sangre por todos y cada uno de nosotros (cf. Carta de San Pablo a los Gálatas 2, 20): es decir, no hay Pascua sin Cuaresma, puesto que no hay Vida verdadera sin Cruz... Reflexionamos singularmente sobre ello, recordando que nuestra querida y entrañable Hermandad tiene como Titular la Santa Cruz en el Monte Calvario.
El Viernes de la Octava de Pascua celebraremos nuestra Misa de Hermandad y, como siempre, lo haremos ante las Sagradas Imágenes del Stmo. Cristo de la Salvación y de Ntra. Sra. de la Soledad, dejándonos iluminar por la Palabra de Dios.
Antes que nada, debemos explicar qué es la “Octava de Pascua”: se denomina así a los ocho días que van desde el Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor hasta el II Domingo de Pascua, o sea, a los días inmediatos posteriores al Domingo de la Resurrección de Cristo. En esta Octava hemos de celebrar la Resurrección de Jesús de una forma muy especial, expresando muy especialmente nuestro gozo, sincero y hondo, por la Victoria de Jesucristo sobre la muerte; esta alegría desbordante tenemos que expresarla -en realidad- durante la cincuentena (es decir, los cincuenta días) del Tiempo Pascual, el cual abarca desde el Domingo de la Resurrección hasta el Domingo de Pentecostés, aunque el gozo por la Resurrección de Cristo debe llenar todo el año cristiano.
Pues bien, la Palabra de Dios de este día nos ofrece las siguientes enseñanzas (sin olvidar que de la Sagrada Escritura podemos sacar otras muchas):
a) La primera es que tenemos que asumir que el ser cristianos implica ser verdaderos testigos de la Victoria del Señor Jesús sobre todo lo malo, inclusive sobre la muerte, sin olvidar que hemos de ser testigos creíbles para los hombres y mujeres de nuestro tiempo, no meros “testigos desde la teoría”; nos viene bien, pues, recordar lo que nos dice San Francisco de Asís: “El mejor predicador es Fray Ejemplo”;
b) Por tanto, habremos de tener presente la primera lectura, tomada de los Hechos de los Apóstoles, donde aparecen San Pedro y San Juan dando valiente testimonio de la Resurrección, haciendo hincapié en que solo Jesús puede salvarnos, ya que únicamente Él, Stmo. Cristo de la Salvación, colma nuestra ansia de verdadera felicidad;
c) Esto supone descubrir la Presencia del Señor Resucitado en nuestra vida cotidiana como San Pedro y sus compañeros de pesca, quienes se dan cuenta de que Jesucristo Glorioso está en la orilla y los anima a echar las redes en su Nombre, obteniendo entonces lo que no habían podido lograr con su solo esfuerzo (recordamos el evangelio de San Juan de este día);
d) Para poder descubrir al Resucitado en nuestra existencia diaria y fiarnos de Él siendo testigos creíbles de su Victoria, necesitamos el Espíritu Santo (la Tercera Persona de la Stma. Trinidad), de quien nos dice la primera lectura que estaba lleno San Pedro cuando respondió “a los jefes del pueblo, los ancianos y los escribas”, pues sin el Señor no podemos hacer nada bueno (cf. Juan 15, 5): pidamos, pues, en nuestra oración diaria ser humildes de verdad para hacernos capaces de acoger en nuestro corazón al mismo Dios, siguiendo el ejemplo singular de nuestra Madre, Ntra. Sra. de la Soledad.
Hermanos, siempre tenemos que “Dar gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia” (según nos dice el Salmo 117). Por ello, incluso en medio de las dificultades cotidianas, vivamos nuestra fe con sinceridad y hondura: abramos nuestro corazón, todo nuestro ser, al Stmo. Cristo de la Salvación, dejémonos llenar del Espíritu Santo, y cogidos de la mano cariñosa de nuestra Madre, Ntra. Sra. de la Soledad, y con la ayuda fraterna de San Francisco de Asís, sembremos la Paz y el Bien, cada día, con ilusión y entrega.
Un fuerte abrazo fraterno.
¡Que el Señor os bendiga a todos!
Fr. Luis Vicente García Chaves, O.F.M.
Director Espiritual