Historia
- UNA SANTA CRUZ A LA QUE REZAR POR LAS VÍCTIMAS
- PEDRO ROLDÁN, HERMANO DE LA SOLEDAD
- DE LA PLAZA DE LOS CARROS A LA PRIMERA ESTACIÓN DE PENITENCIA
- LOS PRIMEROS TEMPLOS
- EN BUSCA DE LA SOLEDAD
- LA SOLEDAD DE GABRIEL DE ASTORGA
- El paso de 1852
- LA ÚNICA HERMANDAD REAL POR PARTIDA DOBLE
- EL PASO DE 1915
- EL NUEVO ESTILO DE LA SOLEDAD...Y DE RODRÍGUEZ OJEDA
- EL CRISTO DE LA SALVACIÓN, UN HITO EN LA II REPÚBLICA
- LA SANTA CRUZ LLEGA A SAN BUENAVENTURA
- EL RETABLO DE ORCE
- LA JOYA RENACENTISTA DE EMILIO GARCÍA ARMENTA
- RESTAURACIONES DEL PASO
- LA SOLEDAD SE COLOCA DE PIE
- LAS BODAS DE ORO DE LA CESIÓN DE COSTALEROS DE MONTSERRAT A LA SOLEDAD
- LA CASA DE HERMANDAD
Las deficiencias higiénicas de Sevilla originaron una terrible epidemia de peste en 1649. El número de víctimas ascendió a sesenta mil, casi la mitad de la población total. Es fácil entender el problema de enterramientos que esta plaga provocó, dado el elevadísimo número de defunciones y la necesidad de inhumaciones rápidas con la intención de evitar más contagios. Llenas las iglesias y los conventos, y saturados también los carneros de los hospitales, hubieron de habilitarse diversos lugares como improvisados cementerios. Uno de los elegidos en el norte de la ciudad fue la plaza de Caño Quebrado, frente al convento de Montesión.
UNA SANTA CRUZ A LA QUE REZAR POR LAS VÍCTIMAS
Los familiares y vecinos de los sepultados colocaron en el centro del recinto una Cruz de madera, sobre un arriate que rodearon con una verja, también de madera, y adornaron con plantas, para que bajo sus brazos reposaran en paz las víctimas de la epidemia. Hay constancia de que se reunían a diario para rezar por todos estos difuntos. Este rezo en común les unió y animó a formar una asociación que, al mismo tiempo de cuidar del lugar, del decoro de la Cruz y de su entorno, celebrara honras fúnebres por todos los que yacían sepultados en Caño Quebrado.
Y así continuaron hasta el año 1656, cuando en busca de respaldo jurídico y mayor capacidad para sus fines, ordenaron unas reglas de trece capítulos, entre ellos el capítulo 3, con función a la Santa Cruz el 3 de mayo, su fiesta litúrgica, y el capítulo 4, celebración de honras fúnebres por los sepultados en Caño Quebrado y por los demás hermanos, el día 5 de julio. Lo hicieron Francisco Sánchez y otras veintiocho personas más.
El 22 de agosto de 1656, con el dictamen favorable del licenciado Juan Castro Campos, fueron presentadas las Reglas a la Autoridad Eclesiástica para su aprobación. En 1663 fue sustituida la Cruz de madera que presidía el cementerio por una de hierro forjado y labrado en la que aparecía, con letras en relieve exento, el himno a la Santa Cruz: “Impleta sunt quae concinit David fideli carmine dicens: in nationibus regnavit a ligno Deus” (“Se ha cumplido lo que David cantó en verso fiel diciendo: Dios reinó desde la cruz en todas las naciones”). Esta Cruz se colocó sobre un pedestal y se rodeó con una verja. Dentro de este pedestal se guardaban los faroles que se encendían durante los rezos por los difuntos.
PEDRO ROLDÁN, HERMANO DE LA SOLEDAD
El 13 de junio de 1671 fue recibido como hermano el imaginero Pedro Roldán, vecino de la Plaza de Valderrama y dueño, además, de casas en las calles Raspaviejas y Beatos(hoy Duque Cornejo), así como de un solar perteneciente a San Marcos, por tanto muy próximo a Caño Quebrado.
Pedro Roldán no formaba parte de los veintinueve hermanos fundadores de la Santa Cruz que, presididos por Francisco Sánchez, se reunían a diario para rezar por las víctimas de la epidemia. Llegó a la Hermandad quince años después de la aprobación de sus reglas y pasados ocho años de la sustitución de la cruz de madera por otra de hierro forjado y labrado.
DE LA PLAZA DE LOS CARROS A LA PRIMERA ESTACIÓN DE PENITENCIA
En 1838 fue retirada la verja que protege la Santa Cruz por su mal estado y dos años después, en 1840, fue mandada quitar la Cruz por el gobierno municipal, siguiendo las directrices del gobierno central, siendo trasladada a la iglesia del extinguido Convento dominico de Montesión, donde ocupó el primer altar del lado izquierdo. Así comenzó la laboriosa transformación de la hermandad de la Soledad en cofradía del Viernes Santo.
En su libro “De Caño Quebrado a San Buenaventura”, José Manuel Muñoz Suárez interpreta que la orden de retirar la Cruz de la vía púbica influyó en el resurgimiento de la hermandad. “La orden municipal de desmontar la cruz para una reurbanización de la zona es el detonante que hace despertar el espíritu dormido de la hermandad, porque amenaza el signo que perdura, que les une, aunque sea leve y sutilmente: la Cruz que los llevó a ser hermandad. Ahí comienza un nuevo amanecer. Es el hecho acuciante de buscar acomodo para la Santa Cruz, de dar señales de vida, el que aviva el celo de los hermanos...”
Este proceso de secularización de las vías públicas fue impulsado por el alcalde de Sevilla, Manuel Cortina, que fue ministro de Gobernación entre octubre de 1840 y mayo de 1841, y por su sucesor al frente del Ayuntamiento, Ignacio Vázquez. Según cuenta José Velázquez y Sánchez en los “Anales de Sevilla”, estos edictos estaban relacionados con “verificar un cambio en el aspecto de la metrópoli, que venía a ser una especie de estación de vía crucis desde el centro a toda su vasta circunferencia”, aun corriendo el riesgo de dejar que “el fanatismo confundiese una cuestión de ornato público con pruritos irreligiosos, inconcebibles en personas como estas...”
El 18 de octubre de 1840, la Santa Cruz fue trasladada al extinguido convento dominico de Montesión, siendo colocada en primer lugar en el primer altar de su lado izquierdo y diez días después, con el beneplácito del capellán dominico Vicente Bernal, en el altar de San Cayetano. El estado de postración que había sufrido la hermandad de la Cruz de Caño Quebrado, con el paso de las tres primeras generaciones que le rendían culto y recordaban a sus familiares allí sepultados, abrió el paso a un nuevo ciclo que se inició con las nuevas reglas, que serían redactadas en ese mismo año, aunque fueran presentadas más adelante, y la primera Función Solemne a la Santa Cruz de la que existe constancia dentro de un templo, con coro y música de capilla, el 22 de noviembre de 1840. La Plaza que fue de Caño Quebrado, así llamada desde el siglo XIV por las aguas pestilentes que allí solían apilarse, popularmente conocida por los chamarileros del tradicional Mercadillo de los Jueves como “de los trapos”, fue rotulada oficialmente como Plaza de Maldonado, pero en aquellos años se impuso la denominación popular de Plaza de los Carros, por ser lugar de parada habitual de los carrillos de mano que proliferaban a mediados del siglo XIX.
LOS PRIMEROS TEMPLOS
A partir de 1841, la Santa Cruz sufrió una continua peregrinación y conoció hasta tres templos distintos. El primer traslado ratificado en cabildo fue al Convento de la Purísima Concepción de religiosas franciscanas concepcionistas, situado junto a la Iglesia de San Juan Bautista (San Juan de la Palma). Aprovechando el Rosario de la Virgen de Europa, el traslado efectuado el 2 de mayo incluyó la colocación de la Cruz “en un paso adornado con brillantez”, custodiado por un piquete de la Milicia Provincial, y la entrada en el convento entre fuegos artificiales, repiques de campanas y salmos de las religiosas, que esperaban la llegada de la Santa Cruz con velas encendidas.
El segundo traslado se produjo de manera más sencilla y silenciosa en noviembre de 1841, a la vecina Parroquia de San Juan de la Palma, por las graves desavenencias con el capellán José de Mena y “otros muchos particulares que no se citan, más por respeto que por ninguna otra cosa”, según se hizo constar en el Cabildo General.
La Santa Cruz fue instalada en la capilla del Rosario de San Juan Bautista, en un retablo donado por la hermandad de Pasión, entonces radicada en la Iglesia de San Miguel. Su estancia en la Parroquia de San Juan de la Palma sirvió para estrechar la relación con las corporaciones que allí tenían sede, como la Sacramental, la Amargura, Virgen de las Maravillas y Sagrados Corazones. Consta también la constitución de una comisión de hermanos que colaboró en el restablecimiento en la hermandad de San Basilio de la Hermandad de la Sagrada Lanzada, que había dejado de celebrar sus cultos por falta de hermanos.
De la vida de la hermandad en esos años caben destacar algunos hitos, como la creación de una corporación de hermanas de la que poco más se supo (1843), la sanción favorable de las reglas presentadas a la Reina Isabel II (1844) y la renovación del voto en defensa de la Inmaculada Concepción (1845). Pero el paso más importante lo dio el cabildo de oficiales que el 27 de mayo de 1847 aprobó el estudio de la agregación de una imagen de la dolorosa con la advocación de Soledad y la transformación en cofradía de penitencia. El 22 de septiembre de 1847, el vicario general del Arzobispado aprobó las nuevas reglas como Hermandad y Cofradía de Penitencia, siendo Hermano Mayor Juan Resuche.
La determinación de transformarse en cofradía y de incorporar una imagen creó una incómoda tensión resuelta con la invitación del párroco a salir de San Juan de la Palma cuando necesitaran un nuevo altar, “ya que no hay sitio para dos cofradías”, insinuándose en las actas de cabildo que las presiones no solo procedían del párroco sino “por parte del sacristán y de alguna otra corporación radicada en el mismo templo”.
En el último cabildo celebrado en San Juan de la Palma en marzo de 1849, la hermandad de la Soledad decidió vender la Santa Cruz de hierro de forja ante la negativa del Párroco de San Juan de la Palma a prescindir del símbolo— pese al recurso presentado ante la autoridad eclesiástica—, así como del archivo histórico de la hermandad, del libro de reglas y del primer asiento de los primeros hermanos, con sus pagos de averiguaciones(cuotas) y fechas de defunción.
En la primavera de 1849 se produjo el traslado a la iglesia de San Buenaventura, exconvento franciscano que por entonces dependía de la Parroquia del Sagrario. En el primer cabildo celebrado en San Buenaventura en mayo de 1849 quedó anulado el acuerdo anterior de la venta de la Santa Cruz fundacional, así como del retablo donado por la hermandad de Pasión.
EN BUSCA DE LA SOLEDAD
Como ocurrió con la sede canónica, el proceso de búsqueda de la imagen mariana también sufrió un tormentoso proceso. En los archivos de la hermandad existe constancia de una primera solicitud rechazada en 1847 “a los hermanos de la Madre Antigua, de la iglesia de San Basilio”. También consta que, en el proceso de búsqueda de una nueva sede canónica, los reformadores de la hermandad, José Dóyega y José María Baquero, estudiaron la posibilidad de una imagen mariana existente en el extinguido convento carmelita del Santo Ángel. Allí fijaron su atención en una dolorosa que, en opinión de José Manuel Muñoz Suárez, tal vez pudiera ser la que hoy recibe culto en la nave del Evangelio, “Salud de los Enfermos”.
No obstante, la más insistente de todas las gestiones se centraron en el convento franciscano de La Algaba. En los legajos del archivo general del Arzobispado de Sevilla consta la petición realizada para que le fuera concedida la imagen de una “efigie de Nuestra Señora con el título de dolorosa” y se diera la orden “oportuna para que se nos entregue el objeto indicado”, al párroco interino de Santa María la Blanca, Pedro Blanco, dado el ruinoso estado en que se hallaba desde la desamortización de 1836, es decir, “por razón del mal estado en que se encuentra la referida iglesia como del ningún culto que por esta razón pueda prestarse y necesitando esta corporación hacerse de una de este título para su misterio y darle el debido culto según su instituto sin que por ello le haga falta a la iglesia parroquial de ese pueblo por tener otra igual”.
La respuesta al Arzobispado por parte del párroco de Santa María la Blanca, Pedro Blanco, resultó demoledora: “Aun cuando en el día de hoy no está en uso la iglesia de que se hace mención en el que antecede, a Dios las gracias, las imágenes se hallan ya seguras pues la ruina que amenaza ha desaparecido por habérsele puesto al templo las tres cadenas que según el arquitecto que la vio son suficientes para su perfecta seguridad y duración y si la obra se halla parada es por hallarse ausente el señor cura, con la debida licencia”.
En la solicitud al arzobispo se habla de “hacerse de una de este título para su misterio”. En consecuencia, al tratarse de una solicitud de una imagen con esa advocación, cabe deducir que se trataba de la Soledad de la hermandad del Santo Entierro, única con ese título en La Algaba que residió en el convento de San Francisco entre 1586 y 1856. No obstante, Silvia María Pérez, doctora en Historia Medieval, apunta que en el inventario del convento realizado en 1838 existía otra imagen dolorosa, llamada antes de los Dolores y después de la Esperanza, situada en el altar de la hermandad (extinguida en 1849) de la Vera Cruz.
El 22 de septiembre de 1847, el Vicario y Provisor General del Arzobispado aprueba nuevas reglas en cuyo título primero se especifica el título de la Hermandad, que era el siguiente: “Fervorosa y Devota Hermandad y Cofradía de Nazarenos de la Santísima Cruz en el Monte Calvario y Nuestra Señora de la Soledad”. Quedaba por tanto erigida en Cofradía de Penitencia.
El 21 de agosto de 1851, el obispo de Cádiz, aceptó ser recibido como hermano de esta corporación, renunciando al honorífico que se le había ofrecido, accediendo a la petición de incorporar al escudo de la Cofradía su capelo, mitra y báculo.
LA SOLEDAD DE GABRIEL DE ASTORGA
Ante las serias dificultades halladas para encontrar una imagen acorde, la hermandad decidió en diciembre de 1849 realizar el encargo de una nueva talla al hijo de Juan Astorga, Gabriel de Astorga Miranda. La imagen es de candelero para vestir, realizada en madera de cedro (un metro y setenta y cinco centímetros de altura).
Para sufragar los gastos contribuyeron los hermanos José Venegas con una corona de metal plateado y José Mora con un cuadro que fue rifado, pero la aportación fundamental llegó en junio de 1850 con la limosna de 320 reales de los Duques de Montpensier. En 1850, los Duques de Montpensier habían mandado restaurar el Palacio de San Telmo, organizando el primer Santo Entierro Grande y el proyecto de las casetas familiares para salvar la Feria de Abril del boicot de la burguesía…
Se celebró una solemne función por el Director Espiritual, reverendo Manuel de Sousa, el día 11 de abril de 1851, Viernes de Dolores, y en el transcurso de la misma fue bendecida por Francisco López, presbítero de la Parroquia del Sagrario, la imagen de la Santísima Virgen de la Soledad. La homilía estuvo a cargo del reverendo Juan Bautista de Novaillac, catedrático de la Universidad de Sevilla.
La primera salida penitencial se produjo a las cuatro menos cuarto de la tarde del 9 de marzo de 1852. Entró a las siete y media de la tarde con un singular itinerario que incluía a la ida el paso por la Puerta de Triana y la calle San Pedro Mártir, donde vivía el Hermano Mayor, que no pudo asistir a la procesión por enfermedad, y el regreso por las calles Francos, Cuna, Cerrajería, Rioja y Catalanes. La comitiva estuvo formada por ochenta nazarenos que vestían túnicas de cola y antifaces negros, con un ancho cinturón de esparto, guantes negros y un original “pañuelo al cuello del mismo color” del que no existe documento gráfico alguno.
La Virgen lucía una saya y manto negros bordados por Manuel María Ariza, donación realizada por la camarera, la Marquesa de la Motilla. La ausencia de exorno floral resultaba significativa. En el paso aparecería la Dolorosa de rodillas, con las manos al pecho cruzadas sobre un monte de corcho, detrás la cruz con escaleras y el sudario que pendía sobre un sólo brazo. Cerraban la procesión sesenta caballeros de riguroso luto, doce sacerdotes rodeando la parihuela y el clero parroquial, además de “tambores y cornetas entonadas y un brillante piquete”.
El paso de 1852
Las parihuelas fueron adquiridas en diciembre de 1852 a la Hermandad del Gran Poder. En los primeros años el paso salió sin dorar, con esquinas de forma cilíndrica, de líneas rectas, tableros lisos y sin respiraderos. El zócalo, de estilo barroco con ménsulas y escudo corporativo, fue dorado en 1859 por Juan Rossy. Destacaban los candelabros de guardabrisas y una candelería colocada delante de la dolorosa, caótica y distribuida desigualmente, hecha a base de candelabros de distinto tipo y tamaño. La ausencia de exorno floral era significativa. En el paso aparecería la Dolorosa de rodillas, con las manos al pecho cruzadas sobre un monte de corcho, detrás la cruz con escaleras y sudario que pendía sobre un sólo brazo. Se trataba de la primera vez que una cofradía en Sevilla representaba la Soledad de María de esta forma.
LA ÚNICA HERMANDAD REAL POR PARTIDA DOBLE
La Soledad de San Buenaventura es la única hermandad sevillana que goza del reconocimiento de una casa monárquica extranjera. Los lazos que unen a la Hermandad de San Buenaventura con la Casa Real portuguesa se establecieron de manera oficial el 21 de diciembre de 1909 con el nombramiento y la aceptación del nombramiento del Rey Manuel II como Hermano Mayor Honorario y de la Reina Amelia como Camarera Honoraria, así como con la correspondiente incorporación de las Armas de Portugal a la heráldica de la hermandad. La relación surgió tras la presencia de la Reina y de su hijo en la presidencia del paso de la cofradía por la Plaza de San Francisco en la tarde del Viernes Santo de 1909. Desde ese momento, la Soledad se convirtió en Real por partida doble, pues ya disfrutaba desde tres años antes del reconocimiento de Su Majestad el Rey de España, Alfonso XIII, que conmemoraba una coincidencia similar con el paso de la cofradía por esos mismos palcos en la tarde del Viernes Santo de 1906.
Nació en Twickenham (Inglaterra), residencia fijada para el exilio por la familia real francesa y se llamaba Maria Amelia por su bisabuela, la que fuera última Reina de Francia. Las enredaderas sevillanas de su árbol genealógico nos sirven para entender sus vacaciones de verano al lado de su querido abuelo materno en Villamanrique de la Condesa y en el Palacio de San Telmo. Siendo como eran sus abuelos Antonio de Orleans y María Luisa Fernanda de Borbón, los grandes impulsores de la etapa dorada vivida por la Semana Santa de Sevilla en la segunda mitad del siglo XIX, resulta más fácil entender el mapa de la infancia de María Amelia: su devoción rociera, su pasión por los caballos, sus largos paseos juveniles como amazonas por los jardines de San Telmo y la dehesa del Guadalquivir y su temprana devoción por la ciudad y por las hermandades vinculadas históricamente a su familia, la Sagrada Mortaja y Montserrat; de hecho, suyo era el broche de oro que desapareció en el incendio fortuito del palio de la Virgen de Montserrat en 1899.
Ya en su adolescencia, María Amelia visitó varias veces a su tío, Alfonso XII, en España, y acaparó espacios en la prensa de la época como candidata a esposa de príncipes casaderos. Se casó con sólo 21 años, en la Iglesia de Santo Domingo de Lisboa, con el entonces heredero de la corona lusa, el hijo de Luis I, que apenas tres años después de aquella boda sería proclamado Rey con el nombre de Carlos I de Portugal.
La Familia Real sufrió un terrible atentado el primer día de febrero de 1908 en la Plaza del Comercio de Lisboa. Ocurrió mientras el carruaje real, descubierto y con una escasa escolta, recibía las aclamaciones populares al regreso de una estancia en el Palacio Real de Villa Viçosa. El rey Carlos I falleció en el acto como consecuencia de un primer disparo en el cuello, y el príncipe heredero, Luis Felipe, también resultó mortalmente herido. El segundo descendiente en la línea sucesoria, Manuel, fue herido en un brazo y la Reina Doña Amelia salió milagrosamente ilesa, después de intentar defenderse de los regicidas de una manera dramática y poética con el ramo de flores que había recibido a su llegada a la capital. Dos de los terroristas abatidos en la refriega, apellidados Costa y Buiza, resultaban ser miembros de una secreta sociedad de republicanos radicales llamada Carbonaria.
Manuel II subió al trono portugués a la edad de 18 años. Su primo, Alfonso XIII recibió varias cartas de la Reina Amelia de Portugal informando de la situación, solicitando el apoyo de España y rogando encarecidamente que instruyera a su primo Manuel--instruido, políglota y estudioso-- en las asignaturas que nunca cursó, tal vez porque de ninguna manera le resultarían útiles para el futuro que sus padres habían imaginado para él: la formación física, militar y diplomática.
Doña Amelia falleció cerca de Versalles, en 1951, a los 86 años de edad. Por deseo expresado en sus últimas voluntades, Doña Amelia fue amortajada con el vestido aun cubierto de sangre que llevaba el día del trágico atentado. Una inscripción poética puede leerse en la tumba de la Camarera de Honor de la Soledad de San Buenaventura y última Reina de Portugal: “Aquí descansa en Dios Doña Amelia de Orleans y Braganza, Reina en el Trono, en la Caridad y en el Dolor”
EL PASO DE 1915
El viernes santo 2 de abril de 1915, la Hermandad estrenó un bellísimo paso neobarroco tallado por Antonio Roldán. Se trataba de un canasto dorado de bombo invertido que contaba con unos candelabros y respiraderos que hasta 1908 habían formado parte del paso del Gran Poder. Una barra metálica protegía la visera del paso al tiempo que servía de apoyo al capataz. En 1928 el canasto pasó a ser de bombo redondo, se estrenaron candelabros de guardabrisas y se ampliaron los respiraderos, aunque conservando las cartelas de las esquinas. En 1935 y 1941 se volvería a dorar, agregándosele unas pequeñas cartelas al canasto. La Dolorosa, quizá más adelantada, continuaba de rodillas y con las manos cruzadas al pecho, sin candelería delante, con cruz y escaleras detrás y de nuevo el sudario en su solo brazo de la cruz. El exorno floral se agolpaba en las esquinas y alrededor de los candelabros en línea ascendente. Este paso supuso un alarde de sencillez, clasicismo y buen gusto. Fue vendido a la Hermandad del Cristo del Amor de Jerez de la Frontera en 1956 por 40.000 pesetas y utilizado por esta hermandad este los años 1957 y 1993. Formó parte del proyecto de un museo de las cofradías de Jerez que nunca llegó a culminarse. Hoy se encuentra en Aguilar de la Frontera (Córdoba), donde procesiona cada Jueves Santo con la imagen de Nuestro Padre Jesús del Calvario de la hermandad de la Veracruz.
EL NUEVO ESTILO DE LA SOLEDAD...Y DE RODRÍGUEZ OJEDA
Los bordados del manto y de la saya estrenados en la tarde del 2 de abril de 1926 constituyeron el primer trabajo de Juan Manuel tras ser apartado de la Macarena y la muestra de su último giro creativo. Las hermandades de San Buenaventura y San Gil bien podrían encarnar los paradigmas de dos maneras distintas de entender la fiesta religiosa y tal vez por eso, su trabajo para la Soledad cobrara el valor de la exploración y la conquista. No fue la pretensión de Juan Manuel la ruptura con la estética romántica de la Semana Santa, cuyo sello seguirían exhibiendo en las tardes de cada Jueves Santo y Viernes Santo las llamadas hermandades de los Montpensier, sino diferenciarse de ellas como lo que era la Esperanza en ese tiempo, y a mucha honra, una cofradía de barrio.
Gracias al prestigio alcanzado por sus obras, especialmente con el manto de malla (1900) y el palio rojo de la Esperanza (1908), Juan Manuel había “macarenizado” la provincia de Sevilla y una buena parte de Andalucía. Sin embargo, entre 1925 y 1929, por razones que le resultaban ajenas en gran medida, fue apartado de los cargos de la junta de gobierno de la Macarena.
El encargo de la Junta de Gobierno de San Buenaventura fue el primero en llegar a las manos de Rodríguez Ojeda tras ser alejado de la toma de decisiones en la Macarena. En la primavera de 1926 se enfrentó al reto de conquistar el corazón del Viernes Santo con una saya y un manto bordados en oro sobre terciopelo de Lyon color burdeos. Desde el momento en que su trabajo salió por las puertas de San Buenaventura, se supo que Rodríguez Ojeda había marcado un nuevo hito en el estilo de la Soledad y en el suyo propio. Había diseñado la vestimenta para una Virgen arrodillada bajo la cruz, perteneciente a una hermandad típicamente céntrica, moldeada por cánones decimonónicos desde su nacimiento como cofradía.
Es probable que las últimas puntadas de la saya y el manto de la Soledad de San Buenaventura se dieran en los primeros meses de 1626, coincidiendo en el taller con uno de los últimos proyectos estelares de Juan Manuel, el conjunto artístico encargado por la hermandad de la Amargura, compuesto por su nuevo palio granate, la saya y el manto rojo de la Virgen, la túnica y el mantolín de San Juan Evangelista y los faldones del paso.
La saya de Juan Manuel Rodríguez Ojeda necesitó de tres actuaciones dirigidas a su conservación en los últimos cincuenta años. La saya fue pasada a nuevo paño en 1972 por la bordadora Dolores Pérez. En 2003 precisó de la actuación de su actual vestidor, José Grande de León. Sin embargo, la más importante de las tareas fue la encargada a Mariano Martín Santonja. En esta ocasión se trataba de restaurar de manera integral las piezas artísticas de su diseño asimétrico y pasar a nuevo soporte los bordados, aunque en la misma tonalidad burdeos del tejido anterior, con la idea de adaptarlos a la nueva parihuela del paso, que había elevado su altura, por acuerdo del cabildo general de 30 de junio de 2009.
EL CRISTO DE LA SALVACIÓN, UN HITO EN LA II REPÚBLICA
Manuel Cerquera labró en 1935 la imagen del Santísimo Cristo de la Salvación, una obra excepcional por su valor artístico y por el contexto histórico de su encargo, realización, entrega y bendición, cuando la imaginería y la Semana Santa de Sevilla atravesaban la crisis más grave de su historia, la comprendida en la II República entre abril de 1931 y julio de 1936. En ese periodo, los únicos estrenos destacables se limitaron a las sustituciones de imágenes perdidas en atentados antirreligiosos, como las Dolorosas de la Quinta Angustia (1932) y de la Hiniesta (1933). El Cristo de la Salvación se convirtió en la única creación artística de esa etapa que no nace de la necesidad de reemplazar a una anterior, ni siquiera de hacer estación de penitencia en las calles, sino de incrementar el patrimonio de un Convento y la devoción de sus fieles.
La nueva Constitución republicana suprimió las ayudas a la Iglesia y las correspondientes subvenciones del Ayuntamiento a las cofradías, que decidieron asociarse para defender sus derechos y exigir como contraprestación la cesión de la gestión del suelo para la carrera oficial. Es una etapa insegura y arriesgada para el patrimonio cofrade. De hecho, nuestra hermandad decidió colocar a la Soledad de San Buenaventura en un arcón metálico donado por la familia Albarrán para protegerla, fuera de los horarios de culto, de los riesgos de incendio, daño y profanación. Sin embargo, la Orden Franciscana de San Buenaventura se mantuvo firme a la hora de cumplir con su vieja aspiración de dar culto a una imagen “cristífera” entre las muchas advocaciones marianas que orlaban sus hornacinas. A la determinación de los padres franciscanos ayudó el triunfo de una coalición conservadora y católica, la CEDA, en las elecciones generales de noviembre de 1933, y el restablecimiento provisional de las subvenciones y de una relativa normalidad en el día a día de la ciudad y de las cofradías. La elección del imaginero recayó sobre un versátil y prometedor artista que contaba en ese momento con sólo 29 años de edad, Manuel Cerquera Becerra, discípulo del escultor cacereño Pérez Comendador. Manuel Cerquera ya tenía taller propio en la calle Muro de los Navarros, pero todavía no había realizado ninguna obra destacable para la ciudad de Sevilla.
En ese entorno de necesidades perentorias y de crisis social, política y económica hay que entender las dificultades que atravesaron los padres franciscanos para afrontar las obligaciones del contrato suscrito. La Hermandad de la Soledad de San Buenaventura asumió el esfuerzo económico que representaba en aquellos difíciles momentos el pago del trabajo de Manuel Cerquera Becerra y luego cedió generosamente la imagen a la Comunidad. El Cristo de la Salvación fue entregado, presentado y bendecido en un acto público que tuvo lugar en 1935 en el Convento de San Buenaventura, con la presencia del propio imaginero y del Hermano Mayor, José Hernández Nalda.
El triunfo de la coalición de izquierdas del Frente Popular en febrero de 1936 abrió de nuevo un compás de incertidumbre en el mundo de las cofradías sevillanas. Numerosas hermandades decidieron ocultar sus más devotos titulares para rendirles culto de forma secreta en viviendas particulares, como ocurrió con la propia Soledad de San Buenaventura en la casa de la calle Viriato (número 2), entre mayo y septiembre de 1936. A los padres franciscanos les correspondió en estos difíciles tiempos la salvaguarda de esta nueva obra de arte que llegó para enriquecer su patrimonio artístico y espiritual.
A la finalización de la Guerra Civil, la Hermandad asimiló la figura del Santísimo Cristo como un titular más, como demuestran las fotos de Manuel Albarrán de los altares de culto para el quinario en los primeros años de la posguerra. De alguna manera, la Santa Cruz de Caño Quebrado y el Cristo de la Salvación recorrieron caminos inversos para alcanzar finalmente el mismo destino. La Cruz estaba en el título, pero no se hallaba físicamente en el convento; el Cristo se encontraba en San Buenaventura, pero no incorporado al título.
En diferentes momentos de las décadas de los cuarenta y cincuenta del pasado siglo, constan las solicitudes al Cabildo realizadas por José Hernández Nalda, Manuel Albarrán y Félix Albarrán ante la autoridad eclesiástica para que se concretaran ambas aspiraciones legítimas, la recuperación de la Cruz Fundacional, que se hallaba en la Parroquia de San Pedro, y la incorporación del Cristo de la Salvación al título oficial de la Hermandad. En el obligado proceso administrativo se invirtieron dos años y medio de gestión, desde la petición oficial de Francisco Yoldi como Secretario de la Junta (3 de enero de 1965), pasando por la solicitud formulada por el Guardián del Convento, Joaquín Sánchez (28 de marzo de 1967), hasta el decreto de ampliación del título por parte del vicario general del Arzobispado, Valentín Gómez (17 de julio de 1967), que incluyó también la consideración de “franciscana hermandad”.
Las efemérides más destacables del Cristo de la Salvación como titular están indisolublemente unidas a los cultos externos y a la presencia de la lluvia. Un verdadero torrente de agua acompañó al traslado de la imagen para presidir la capilla del Carmen de los Bermejales, con ocasión de las Misiones de 1965. El itinerario en andas siguió el camino de la Puerta Jerez y la avenida de la Palmera. La inestabilidad meteorológica volvió a marcar el Vía Crucis en los alrededores de la hoy denominada Parroquia de Santa María del Mar para celebrar las bodas de oro del histórico acontecimiento. Otra celebración, la del 75 aniversario de su hechura, también estuvo pasada por agua. La lluvia frustró la histórica salida del Santísimo Cristo sobre un paso de madera oscura tallado por Manuel Guzmán Bejarano, que había cedido para la ocasión la hermandad del Cristo del Amor de San Juan de Aznalfarache, aunque los momentos vividos quedaron para siempre grabados en la retina de los hermanos y en las hemerotecas. El itinerario incluía más de cuatro horas en la calle y la visita de ocho hermandades.
En un Cabildo General Extraordinario realizado el 26 de octubre de 2001 quedó aprobada por amplia mayoría la incorporación a su paso para salir en la tarde del Viernes Santo, pero la Orden Franciscana respondió desfavorablemente a la solicitud. Entre las hermandades de Sevilla que sólo tienen un cristo entre sus titulares, la Soledad de San Buenaventura es la única que no puede hacerle participar en su estación de penitencia.
La restauración realizada por Juan Manuel Miñarro en 2002 le hizo perder el tono bronceado que adquirió en los últimos años del siglo XX, recuperando su encarnadura original y el esplendor con el que fue concebido en aquellos difíciles años de la II República por su polifacético y multidisciplinar, imaginero, tallista, pintor y pianista, Manuel Cerquera. De estilo clásico y mesurado, según afirman los biógrafos y estudiosos del autor, el Cristo de la Salvación aparece muerto en la cruz, crucificado con tres clavos, con la cabeza caída ligeramente hacia su derecha, desprovista de corona de espinas, un detalle que aumenta su relativo parecido con el Cristo de la Buena Muerte de la Hermandad de los Estudiantes, obra de Juan de Mesa. Tampoco es casualidad que el genial escultor cordobés constituyera un referente artístico para el maestro de Manuel Cerquera, Pérez Comendador, discípulo de Gonzalo Bilbao y como casi todos sus contemporáneos, admiradores de Antonio Susillo y Auguste Rodin. Manuel Cerquera encontró en la escuela barroca sevillana el modelo y la inspiración para convertir el Cristo de la Salvación de San Buenaventura en una obra anacrónica que no parece pertenecer a la época en la que fue concebido y realizado.
LA SANTA CRUZ LLEGA A SAN BUENAVENTURA
En 1947 se estrenó la Cruz de Guía, realizada por Jorge Ferrer en madera de sándalo, con todos los apliques, remates y leyendas en plata de ley, en una reproducción fidedigna de la Cruz fundacional. El 12 de diciembre de 1967, el cura párroco de San Pedro, Francisco Cruces, hizo entrega de la Cruz de Caño Quebrado a la hermandad de San Buenaventura, quedando instalada tras la imagen de Nuestra Señora de la Soledad, en su mismo altar.
Por decreto de fecha 17 de Julio de 1967 del vicario general del Arzobispado, la Hermandad adquiere el titulo actual de Real, Ilustre y Franciscana Hermandad y Cofradía de Nazarenos de la Santa Cruz en el Monte Calvario, Santísimo Cristo de la Salvación y Nuestra Señora de la Soledad.
EL RETABLO DE ORCE
Este monumental retablo cerámico de Nuestra Señora de la Soledad que preside la portada del Convento de San Buenaventura fue la última gran obra de Enrique Orce, encargada por el entonces Hermano Mayor, Enrique Piñal de Castilla y Márquez. El retablo fue gestado en 1951 y presentado y bendecido un Viernes de Dolores, 4 de abril de 1952, pocos meses antes de la muerte de su autor, fallecido en su barrio de Triana en plena celebración de la Velá de Santa Ana.
El retablo fue restaurado en el año 2024, de la mano de la empresa Metis. La excelente y rigurosa actuación permitió que volviesen a aflorar colores, detalles y matices que estaban ocultos por la suciedad y el decifiente estado de conservación.
LA JOYA RENACENTISTA DE EMILIO GARCÍA ARMENTA
Hoy en día es una joya patrimonial de nuestra Semana Santa, pero el único paso de estilo renacentista que puede contemplarse en las calles de Sevilla ha tardado en valorarse en toda su dimensión. Una obra visionaria y rupturista que el orfebre Emilio García Armenta presentó a la Junta de Gobierno de la Soledad el 28 de noviembre de 1954, aunque no obtuvo su aprobación hasta el 12 de enero de 1955. En la Semana Santa de 1957, año de su primera salida procesional, estaba terminada toda la labor de carpintería y talla, ejecutada por Manuel Guzmán Bejarano, pero no el trabajo de orfebrería en plata, que empezaría a estrenarse en la tarde del Viernes Santo de 1958, todavía sin candelabros de guardabrisas (ese año sacaría cuatro grandes faroles pertenecientes al paso del Santísimo Cristo de las Aguas).
Emilio García Armenta (Montilla, Córdoba, 20 de julio de 1908) se inició en el oficio de orfebre en los talleres cordobeses de Fragero, Peiró y los hermanos Pepe y Cayetano González. A finales de 1939 se trasladó a Sevilla para trabajar en el taller de Francisco Bautista, aunque poco tiempo después abrió su propio taller en la calle Condes de Bustillo, en Triana.
El coste y la complejidad del monumental proyecto, tanto por su material como por la mano de obra que resultaba necesaria, retrasó su culminación en veintidós años, de manera que el autor no pudo ver terminada su creación. Emilio García Armenta falleció el 18 de julio de 1971, cuando solo estaba ejecutada la orfebrería de la parte delantera, encomendando la finalización de su obra a Manuel Domínguez Ortiz.
Es de estilo neorrenacentista, de líneas rectas con casetones,donde se labran cartelas grandes y pequeñas que representa detalles de la pasión y de la vida de la Virgen María, separadas por columnas de fuste acanalado con capiteles corintios, friso corrido en la parte alta y recortado bajo las cartelas. Los respiraderos llevan un grueso moldurón en la parte alta, espacio para cinco placas en su frente y otras tantas en la trasera, y para ocho placas en cada uno de los laterales; friso en todo su perímetro interior y guirnaldas vegetales talladas en madera entre las cartelas, así como penacho invertido a modo de terminación en su contorno. La parte alta se rodea de crestería y perillas y en las esquinas cuatro magníficos y airosos candelabros de brazos para guardabrisas en cuyas bases se sitúan ángeles querubines (ejecutados por Rafael Barbero Medina). Dichos candelabros tallados también en caoba llevarían en plata de ley, como toda la obra prevista, soportes, nudos y coronillas.
Los faldones fueron bordados en hilo de plata sobre fondo de terciopelo burdeos, ejecutados en 1997 por Talleres Salteras, con dibujos de Remigio Díaz Ballesteros, donde se insertan el escudo antiguo de la primitiva Hermandad de la Santa Cruz en la delantera, escudos de España y Portugal en los laterales y el escudo franciscano en la parte trasera.
RESTAURACIONES DEL PASO
En 2010 fueron restaurados y pasados a nuevo terciopelo en azul noche en el Taller de Mariano Martín Santonja. El paso se expuso en representación de la ciudad de Sevilla en la octava edición de la Muestra Nacional de Artesanía Cofrade (Munarco 2004) celebrado en el Palacio de Exposiciones y Congresos de Sevilla (Fibes), entre el 23 de enero y el 1 de febrero de 2004. El 10 de septiembre de 2009 fue trasladado desde su casa de hermandad hasta el taller de los hermanos Caballeros, donde se le realizó una nueva parihuela dado el mal estado en que se encontraba la que tenía, modificándose la altura de la misma y añadiendo una trabajadera más, de seis a siete. El paso quedó finalizado en su mayor parte en 1979, si bien quedó pendiente dotar a las andas de una mayor iluminación lateral con nuevos brazos de guardabrisas de menor tamaño, así como sacar a medio bulto o altorrelieve las cartelas centrales de los laterales y de la trasera.
Sin duda la irrupción de este paso en la semana santa de 1957 supuso una ruptura con la línea estética que hasta la fecha había tenido la Hermandad. Se trata del único paso en Sevilla con motivos y estilo renacentistas. Su aceptación en los sectores cofrades y de la Hermandad se hizo esperar. Hoy en día ya no hay dudas. El majestuoso, original y armonioso paso de Nuestra Señora de la Soledad goza del reconocimiento unánime de sus hermanos en particular y de los cofrades en general. Un conjunto atrevido para la época en la que se proyectó y que más de medio siglo después ya forma parte de las joyas del patrimonio procesional de la semana santa sevillana.
Desde 2023 dispone de guirnaldas florales en los respiraderos del paso, tal como figuraban en el diseño original del orfebre y proyectista Emilio García Armenta. Es el primer paso del proyecto de mejora y adecuación del paso, que también contempla la incorporación de maniguetas y cuenta con la dirección del orfebre y proyectista Javier Sánchez de los Reyes.
LA SOLEDAD SE COLOCA DE PIE
El candelero que incorporó por primera vez a la Soledad fue realizado en el taller de Sebastián Santos Rojas en la calle Santiago, con música de Bach de fondo y en una atmósfera cargada de incienso… Un mágico y espiritual viaje a un momento crucial de nuestra historia que de algún modo nos pertenece y sentimos como propio y cercano: Nuestra Señora de la Soledad dejó de estar arrodillada y se colocó de pie, en una especie de milagro iconográfico, único en la Semana Santa de Sevilla.
La Hermandad decidió, en el cabildo de oficiales celebrado en mayo de 1955, “encargar al imaginero que inspire mayor confianza” la restauración del cuerpo y los brazos de la Virgen dado “el mal estado en que se encuentran”. Un mes después, el 2 de junio de 1955, se ratificó el acuerdo de restauración, “que consistirá en nuevo candelero, nuevos brazos y un juego de manos de nueva creación”, y se da cuenta de la elección del imaginero Sebastián Santos Rojas, “para lo que habrá que trasladar la imagen a su taller”. El taller de Sebastián Santos Rojas (Higuera de la Sierra, 1895-Sevilla, 1977) se encontraba en el número 36 de la calle Santiago, frente al Palacio del Marqués de Villapanés, modelo barroco de edificio civil, hoy convertido en
En opinión de su hijo, Santos Calero, en el encargo realizado por Enrique de Piñal de Castilla y Márquez, Hermano Mayor de la Soledad por entonces, su padre pudo haber invertido alrededor de “mes y medio, aproximadamente”, aunque tampoco puede descartarse que el trabajo se dividiera en varias fases y los hermanos de la Soledad tuvieran que acudir a la calle Santiago con Ella en más de una ocasión. El juego de manos, los brazos y ciertos retoques en el cuello y la papada parecían resultar urgentes, pero la composición de un nuevo cuerpo precisaba de otra inexcusable condición, la construcción de un retablo en el taller de Manuel Guzmán Bejarano que pudiera acoger las dimensiones de la imagen que, al incorporarse, merced a su nuevo candelero, pasaría a ser la talla mariana de mayor tamaño y volumen de la Semana Santa de Sevilla, junto a la Esperanza de Triana. La Virgen estuvo expuesta en besamanos en el altar mayor y fue trasladada a su nuevo altar, después de recibir la bendición del Ministro Provincial franciscano, Fray Julio Elorza, en la mañana del 29 de enero de 1956… El primer testimonio gráfico de la Soledad de San Buenaventura con el nuevo candelero realizado por Sebastián Santos Rojas se corresponde con una foto tomada en los momentos posteriores a la salida de la cofradía, en la calle Carlos Cañal, en el Viernes Santo de 1958.
LAS BODAS DE ORO DE LA CESIÓN DE COSTALEROS DE MONTSERRAT A LA SOLEDAD
El 31 de marzo de 1972, la Hermandad de Montserrat ofreció su cuadrilla del paso de Cristo para que la Soledad de San Buenaventura pudiera hacer su estación de penitencia. Los nazarenos formaban bajo las arcadas del claustro de San Buenaventura. El Teniente de Hermano Mayor, José Gaviño, y el Mayordomo, Félix Albarrán, agitaban nerviosamente sus relojes y preguntaban por los costaleros de José González Solano, más conocido en los ambientes cofradieros como el “Rabanero”, un joven capataz, empleado de Tabacalera Española, recomendado por la familia Rechi, que había desempeñado satisfactoriamente su trabajo como capataz de la Soledad en la Semana Santa del año anterior, es decir, en 1971.
Días después del inesperado plante, el capataz contratado se limitaría a declarar a la hermandad que había sido “traicionado por terceras personas que le habían prometido costaleros suficientes para sacar un paso…” Pero aquella tarde no hubo explicaciones. El “Rabanero” no se había presentado. No disponía de cuadrilla propia ni tampoco recibió la cesión de algunos hombres por parte de Salvador Dorado “El Penitente”, como había ocurrido en la tarde del último Viernes Santo. Lo cierto es que tampoco supo reunir el valor suficiente para presentarse en el Convento de San Buenaventura y reconocer su fracaso. Esa misma mañana había sido visto en las cercanas localidades de Camas y Olivares intentando reclutar costaleros de urgencia, pero a esas alturas de la jornada ya no los había disponibles, ni en Sevilla ni en los pueblos cercanos. Entre los contados hermanos costaleros que por entonces tenía la hermandad de la Soledad y los contratados por el “Rabanero” no daban ni para tres trabajaderas.
Sin embargo, en aquella tarde soleada de Viernes Santo, la Cruz de Guía se había puesto en la calle a las siete menos cuarto de la tarde, como estaba previsto, pese a la llamativa y preocupante ausencia de costaleros. El Hermano Mayor, Francisco Yoldi Delgado, solicitó al Consejo de Cofradías retrasar su paso por la Carrera Oficial y situarse tras el Cachorro con el objeto de ganar tiempo. La primera gestión fue realizada por Antonio Rechi, que formaba parte con sus hermanos Manuel y Luis del equipo de capataces de Montserrat. Antonio fue alertado por su propio hijo, nazareno de la Soledad de San Buenaventura, y lamentó no disponer de hombres de relevo suficientes para completar las trabajaderas de un paso entero, pero se trasladó al convento de San Buenaventura para mover cielo y tierra con la idea de reunir una imposible cuadrilla en tiempo récord. Ante el cariz que tomaban los acontecimientos, el Diputado Mayor de Gobierno, José Manuel Muñoz Suárez, mandó replegar la cofradía para informarles de la situación y rezar el Santo Rosario antes de dar por terminada la frustrada estación de penitencia. El propio José Manuel Muñoz Suárez, en su libro “De Caño Quebrado a San Buenaventura”, relata lo ocurrido:
“Se rezaba el cuarto misterio, Jesús con la Cruz a cuestas, cuando se presentaron en la Iglesia el Hermano Mayor de Montserrat, Guillermo Pickman Albandea, y su Mayordomo, Rafael Jiménez Cubero, comunicando que habían decidido ceder la cuadrilla del paso del Santísimo Cristo de la Conversión del Buen Ladrón, que se quedaría en su capilla. ¡ Un milagro!”.
El Cristo de la Conversión se quedó en la capilla de Montserrat, acompañado por un grupo de cofrades. La Soledad alteró su itinerario para pasar por delante de la capilla de Montserrat y formar una sola y original cofradía con nazarenos de hábitos distintos que acompañaban a dos pasos de Virgen. La Cruz de Guía de San Buenaventura entró detrás de San Isidoro, que acortó su llegada a La Campana por la calle Martín Villa. El recorrido de regreso de la Soledad desde la Catedral también se hizo coincidir con el de Montserrat, por las calles Alemanes y Hernando Colón, hasta llegar a la Plaza Nueva. Una vez allí, en la esquina de Tetúan, el paso de la Soledad giró a la altura de la calle Granada y esperó la llegada del palio de Montserrat. Ambos pasos se colocaron frente a frente y fueron levantados al mismo tiempo, al golpe de un solo martillo, que hicieran sonar al alimón los hermanos Rechi, rememorando la antiquísima ceremonia de la humillación que todavía se conserva en algunos pueblos de Andalucía.
La Soledad entró en su convento a una hora desacostumbrada, las dos y media de la madrugada, Esa misma noche, la Junta de Gobierno de la Soledad, en agradecimiento por aquel gesto de generosidad y solidaridad sin precedentes, puso las flores de las jarras de su paso a los pies del único Cristo que se quedó sin salir en aquella Semana Santa de hace cincuenta años.
Aquella crisis de los costaleros profesionales que se puso de manifiesto el Viernes Santo de 1972 sirvió de impulso para la entrada en escena de los hermanos costaleros en la Semana Santa de Sevilla.
LA CASA DE HERMANDAD
El día 16 de noviembre de 1984 fue bendecida la casa de Hermandad de la Soledad, en la calle Santas Patronas, adquirida con ímprobos esfuerzos de todos los hermanos
En el año 2006, se celebraron solemnemente, con diversos actos tanto religiosos como civiles, el 350 aniversario de la Fundación de nuestra Hermandad. El día 22 de octubre de este mismo año se hizo oficial el Hermanamiento con la Hermandad de Nuestra Señora de Guadalupe en el transcurso de una celebración Eucarística presidida por los dos Directores Espirituales de ambas corporaciones.
El día 4 de febrero de 2008, tras una notable reforma, la Casa de Hermandad fue de nuevo bendecida y abierta a la actividad después de haber estado cerrada por obras durante 4 meses. En este período de tiempo el paso de Ntra. Sra. de la Soledad fue trasladado y estuvo expuesto en la casa de Hermandad de El Cachorro y los enseres estuvieron guardados en las Casas de Hermandad de La Carretería, Montserrat y El Baratillo.
Autor: NHD. Guillermo Sánchez Martínez